Los ciudadanos del Estado Español nos encontramos en el año más electoral de los últimos tiempos, quizás de la historia. No hace más de un año, el titular de este artículo no habría tenido ningún sentido, pues los allendistas que no desestimaban la opción de unas elecciones para tomar el poder, hubieran optado por votar a la coalición Izquierda Unida. Pero ahora, el terreno político ha cambiado. Las tornas se mueven a otro ritmo, ahora todo es más rápido. Donde antes había siempre tres favoritos, ahora hay cuatro; donde antes solo contábamos con la posibilidad de un partido para la coalición o para las famosas pinzas, ahora añadimos uno; ahora existe Podemos. Más que un partido, quizás un fenómeno.
El partido liderado por Pablo Iglesias, ha sabido canalizar el descontento y la indignación como los de IU nunca lo han hecho. Han sabido convencer como hizo Anguita en sus mejores tiempos; han sabido trasmitir como lo hacía Gaspar Llamazares; pero además, han sabido ilusionar más que el partido del que siempre fueron sombra, el PSOE, incluso cuando éste atraviesa su mayor crisis de credibilidad.
La aparición de este partido, y el reto que nos lanzan los griegos, desempolva nuevamente el dilema de los votantes de izquierda. Otra vez tocará elegir entre votar con el corazón o con la cabeza. Es decir, otorgar nuestra confianza a los partidos con los que compartimos una afinidad que roza el sentimentalismo (pues no podemos olvidar que la política también guarda un aspecto romántico), para conseguir cuota de gobierno; o votar al partido que por primera vez, desde la restauración de la democracia (y digo restauración, porque me niego a esconder que en el Estado Español ya hubo otro periodo democrático), puede acumular poder.
Con corazón o con cabeza, los griegos han lanzado el guante. Ellos han sido capaces de votar a un partido denominado Coalición de la Izquierda Radical. Sea como sea, el cambio ha empezado… en las urnas.
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